Completa el título del libro de Susan Cain, “El poder de los introvertidos”.
Estos días me encuentro inmersa en este título, que me tiene bastante fascinada.
El mensaje de la autora pone de manifiesto las diferencias entre introversión y extroversión. Hace un llamamiento a la importancia de valorar la naturaleza de cada persona, teniendo en cuenta que nos encontramos en un mundo que tiende a sobrevalorar por encima de todo, el carácter extrovertido, haciendo de menos a las personas diferentes a esta tendencia.
Susan comienza el libro hablando sobre cómo el cambio al siglo XX, aunque la tendencia es bastante anterior, trajo consigo una transformación social que no sólo reforzó positivamente el carácter abierto y extrovertido, sino que valora como problemático lo contrario.
Me deja perpleja cómo explica que en 1955 la compañía Carter-Wallace sacó al mercado un ansiolítico destinado a combatir la angustia producida por la competitividad social fomentada en aquellos años.
Más adelante, otro ansiolítico se publicitaba con el siguiente eslogan:
“Para la ansiedad que produce el no encajar”
Por aquellos años el cambio de paradigma en cuanto al modelo ideal de persona triunfante en la vida fue algo global, transformando enormemente la sociedad en su conjunto en todos los aspectos más relevantes.
Un pequeño inciso: Leer todo ello me trajo a la cabeza la serie Mad Men, ambientada en una agencia publicitaria en los años 60, que os recomiendo encarecidamente. En ella, puede verse un claro reflejo de todo esto llevado al mundo de la publicidad, donde vemos al modelo perfecto de la época: Un hombre de negocios, ejecutivo agresivo, persona de éxito, capaz de caer bien por su carisma y a la vez venderte lo necesario con su labia imperativa pero a la vez cordial.
Cain nos explica como, con la generalización de esta tendencia, tanto en empresas como en las escuelas todo está dispuesto para que predominen la tarea grupal y conjunta infravalorando la importancia del desarrollo personal, imprescindible para el bienestar de todo individuo.
Prevalece la tendencia a dar más autoridad a las personas habladoras y dicharacheras. A ponerlas a cargo de un grupo o hacerlas portavoces de éste, dando por sentado que al ser más extrovertidas transmitirán mejor las opiniones de todo el grupo y serán más resolutivas en pro del bien común cuando la realidad es que esto no tiene por qué ser así.
Hablar «con chispa», rápido o más alto no significa hacer lo correcto ni ser bueno transmitiendo las ideas de los demás.
Por otro lado, considero que también resulta una gran carga y responsabilidad para las personas de tendencia extrovertida tener que desempeñar en todo momento ese papel de portavoces del grupo, portadores de la “buena vibra” y disponibilidad total al servicio de la sociedad.
El hecho de que, desde que nacemos, se sobrevalore la extroversión y la mal llamada socialización, fomenta que nos resulte complicado reconocernos a nosotros mismos, observarnos en primera persona. Identificar nuestras fortalezas y debilidades, desarrollar nuestra creatividad, imaginario y mundo interior.
Ahora me lo llevo a mi terreno. ;)
En mi sala de musicoterapia suelo explicar a las familias la importancia de no “exigir” o “presionar” a los niños para que reaccionen o se comporten de una determinada manera en el contexto musical.
El emplear la música como un medio de comunicación real implica que las respuestas e interacciones pueden darse de incontables y muy diferentes maneras: Con quietud, un movimiento de pies, un silencio, golpes contra el suelo, etc…
No hay juicio. Ninguna de estas vías es mejor o peor que otra, simplemente es diferente.
El objetivo, que cada persona pueda ser ella misma mediante la herramienta musical. El resultado no importa, lo que prima es la consecución del «discurso». No importan los adornos. No importa lo estético. Importa lo que estamos siendo mientas «conversamos». Estamos siendo verdaderos y coherentes con nuestro natural.
El proceso de comunicación y socialización (no confundir con colectivización) ha de ser algo placentero, por lo tanto no debe implicar obligación.
Siendo por naturaleza seres sociales, ¿no debería preocuparnos un poco más el hecho de que en muchas ocasiones nos sintamos tan fuera de lugar en espacios donde hemos de pasar tantas horas al día? (trabajo, escuela…)
Ahí lo dejo. ;)
Francamente, en los años de desarrollo personal y profesional que llevo en este mundo sí he de reconocer que mi sentir siempre ha sido que se tiende a sobrevalorar a las personas de acción. Personas que responden rápido, con la palabra correcta y el gesto preciso. Se sobrevalora la eficacia, el ingenio en las respuestas, y que estas surjan rápidamente. A la vista está que el entorno premia a las personas socialmente activas y visibles, con muchos planes, muchos amigos en redes sociales y un montón de «likes» en sus publicaciones.
Se sobrevalora la cantidad frente a la calidad, y esto a la larga es una trampa.
Opino que el problema no se encuentra en si somos introvertidos o extrovertidos, si no en el hecho de que no se respete la naturaleza de cada cual, llevando incluso a provocar que las personas seamos algo que no somos. Este nivel de exigencia, y el hecho de que cada vez resulte más difícil salir adelante en el día a día, impide que cada individuo se encuentre en consonancia con su verdadero ser, muchas veces sin saberlo, simplemente por una cuestión puramente social, económica y cultural. Esto es brutalmente destructivo para la autoestima, hace que aumente la competitividad y el sentimiento de amenaza constante. Que nos asuste tanto sumar que sólo restemos en nuestro fuero interno por precaución. Que en todo momento nos preocupemos sobremanera de todo lo que sucede de puertas para fuera, y “nuestra casa sin barrer”. Una agresión en toda regla, así de claro lo digo.
Se nota que estos días he visto también un documental sobre la dislexia, pronto recibiréis noticias de él, que me ha emocionado muchísimo y me he venido muy arriba.
Os animo profundamente a leer el libro de Susan . Y para hacer boca os adelanto esta charla que ofreció en TED ya hace algunos años, para que os «pique bien el gusanillo».
Ah, y una última cosa, si no lo digo reviento. No os preocupéis si vuestros hijos juegan solos. Significa que están sanos. ;)
¡Hasta pronto!