El post de hoy puede parecer un poco raro. Tal vez pienses que voy a tirar piedras contra mi propio tejado, pero la verdad es que lo que pretendo es retirar las piedras de los tejados de todo el mundo y plantear una reflexión.
Que la música pueda funcionar como una compañera muy saludable no significa que exista una fórmula infalible para lograr resultados ni que a todas las personas les funcione de la misma manera, así que hoy quiero sacar las piedras de los tejados de las falsas expectativas.
Porque llevar la bandera de «la música lo puede todo» puede ser una carga muy grande para los hombros de cualquiera.
Uno de los objetivos más comunes de las personas que nos dedicamos a la musicoterapia es facilitar la apertura de canales de comunicación. Es decir, nos dedicamos a buscar caminos alternativos cuando las rutas habituales o frecuentes están “atascadas” o no funcionan correctamente, ni para las exigencias de determinados contextos sociales, ni para que esas personas puedan entender y transmitir mejor sus necesidades y saber cómo conocerse mejor a sí mismas.
Por eso la musicoterapia suele funcionar muy bien con quienes presentan dificultades para comunicarse e interaccionar.
Tener una manera distinta de comunicarte con el mundo no tiene por qué ser algo negativo, salvo por el hecho de que esas dificultades suelen generar muchos problemas y terminan afectando severamente en la calidad de vida de las personas que los presentan y de sus familias.
Dicho esto, sí, la música, empleada en un contexto de musicoterapia, con sus técnicas, objetivos y metodología, puede ser una herramienta muy poderosa para ayudar a crear estas conexiones.
Pero… Es fundamental buscar profesionales acreditados para que el proceso pueda transcurrir en buenas manos.
¿O te dejarías operar del corazón por el primero que te dice que sabe llevar bisturí?
Una vez alguien muy querido me dijo: «Carla, en ocasiones no hacer nada, también es hacer”.
Con el tiempo entendí que esto era una lección de vida.
«Primum non nocere» significa «lo primero es no hacer daño”. Es una locución latina que se atribuye a Hipócrates.
Para simplificar: No hacer nada algunas veces es la mejor solución.
Esta máxima se sigue aplicando en ámbitos médicos y de la salud.
En musicoterapia también se debe aplicar este principio. Porque, sí, algunas veces la música debe parar.
La realidad es que la música mueve mucho. Y no lo digo en el sentido idílico. Mueve mucho en cuanto a conexiones cerebrales y es importante saber «hilar muy fino» al proponer según qué música para interaccionar.
— “Es que me han dicho que en TEA la música funciona maravillosa…”. —
Sí, pero eso no significa que haya que estar todo el rato cantando el “Despacito…”.
Si tienes un hijo o una hija en el espectro y te han dicho que la música puede ayudar, busca un musicoterapeuta acreditado.
Al utilizar la música para tratar de generar interacción y abrir canales de comunicación, hemos de ser prudentes, porque puede que la otra persona no esté preparada para todo lo que la música tiene para ofrecer.
El Ibuprofeno también es bueno para determinados momentos, pero no nos tomamos toda la caja… Algunas veces incluso es mejor no tomarlo.
En ocasiones recuerdo un vídeo que se hizo viral sobre un padre que llevó a su hijo en el espectro TEA a un concierto de Coldplay y grabó su reacción. Lo mostró como algo fuera de lo común y extraordinario. No sabemos gran cosa de aquello. A priori parecía sencillamente una persona emocionándose, cosa que es una característica humana. Entendemos que debió ser algo positivo para el niño, pero tampoco lo sabemos.
No me gusta que constantemente se presente la música como algo «divino» o como algo fuera de lo común o incluso mágico, que tiene la solución todopoderosa, porque eso llena muchos tejados de piedras muy pesadas.
Luego, cualquiera se pone a ofrecer «milagros sonoros» y llegan los sustos. Te prometo que no exagero. Trabajando profundamente con la música puede ocurrir de todo.
En mi sala de musicoterapia he acompañado situaciones muy diversas.
Procesos, crisis y catarsis de distinta naturaleza para las que hay que estar muy preparada, que me han enseñado a ser muy cauta cuando trabajo con según qué personas. Estudio, me informo, me documento, y preparo minuciosamente un plan de acción para cada persona.
Proponer en según que medida o tratar de interaccionar demasiado o con determinadas estrategias puede llegar a convertirse en una invasión musical para la persona que tienes delante. Y para saber todo esto, tienes que estar muy curtida en el oficio.
Algunas veces he de tomar la decisión de parar. Otras, tengo que decirle a las familias que hay que cambiar el plan. Que tenemos que reducir la intensidad o incluso interrumpir las sesiones.
¿Te habías imaginado que esto fuese posible?
Pues ocurre. Y del mismo modo que no todo funciona igual para todo el mundo, este caso no podía ser distinto. Por mucho que queramos pensar que la música «lo puede todo» o que «amansa muchas fieras».
Con este post no quiero quitarle la ilusión a nadie. Solo hago un llamamiento al pensamiento crítico y a la reflexión.
Como profesionales, seamos prudentes, rigurosos, sinceros y transparentes con lo que hacemos. Con lo que podemos llegar a hacer y conseguir.
Como usuaria o familiar de una persona usuaria, desconfía de quien te ofrece soluciones musicales y «no musicales» milagrosas. Nadie va a “curar” «nosequé”, poniéndole unos auriculares con Vivaldi a tu hijo. (Y cuidado con eso que puede ser incluso negativo.)
Prometo que si algún día esto cambia, rectificaré mi opinión, te lo haré saber y me disculparé.
Para procesos de bienestar musical serios busca musicoterapeutas acreditados.
Pregúntales si la música “lo puede todo” y contrata a quien te ponga una duda sobre la mesa.
Y esta es mi reflexión para esta semana. Si tienes dudas o quieres saber más, escríbeme un mensaje por Instagram.
Nos leemos en el próximo post.