Si recordáis, inicialmente comencé esta serie de entradas para poder resaltar los efectos negativos de la música en el mundo audiovisual.
Hoy os traigo un poco de humor con Zoolander, una comedia estadounidense del 2001, dirigida y protagonizada por Ben Stiller.
Derek Zoolander es hasta el momento un modelo de éxito que, repentinamente ve truncada su racha de fama por la aparición de Hansel, un modelo nuevo que parece tener mejor acogida que él. Derek decide retirarse, hasta que un prestigioso diseñador llamado Jacobim Mugatu, le pide que desfile para él como modelo de su nueva colección. Hasta ahí parece que todo va bien, si no fuera porque la pretensión de Mugatu es utilizarlo para asesinar al Ministro de Malasia y así eliminar ciertas leyes contra la explotación infantil que a Mugatu no le parecen aceptables.
Y aquí es donde empieza el motivo de este post. En la película podemos ver como Mugatu envía a Derek a un «balneario» donde debe realizar un programa específico que lo preparará para el desfile.
¿Pero qué sucece verdaderamente en este supuesto balneario?
Pues que someten a Derek a un tratamiento muy parecido al que aparece en La naranja mecánica, salvo que en este caso, la persona no se vincula exclusivamente a una sensación de malestar sino a una acción concreta. Vemos como mediante este programa, a la escucha de la canción Relax de Frankie goes to Hollywood, Derek siente un impulso irrefrenable de asesinar al ministro malasio.
Hoy en día sabemos que tanto en situaciones de percepción como de producción musical todas las áreas de nuestro cerebro se ponen a funcionar. A través de la música, se implican tanto nuestros niveles cognitivos como motores y por supuesto emocionales.
Si nos paramos a pensar por ejemplo en un supermercado, podemos observar que dependiendo de las horas, el tipo de música cambia. Si es hora punta y hay mucha gente, el hilo musical favorece el movimiento, ritmos más dinámicos que contribuyan a que todo avance más deprisa (tanto los clientes como las cajas), y sin embargo en los momentos que hay poca gente, la música tiende a la calma, para que el comprador se tome más tiempo y por lo tanto aumenten las probabilidades de consumir. Nuestro cuerpo reacciona de forma instintiva ante el ritmo presente en la música, poniéndose en movimiento.
Las personas que planificaron el tratamiento para Derek insertaron en su cerebro una «evocación forzada» mediante el mismo condicionamiento clásico de Paulov que presenta Kubrick en La naranja mecánica.
Cuando hablamos del poder evocador de la música nos referimos a procesos naturales en el ser humano. Las personas vamos incorporando sensaciones y emociones que van de la mano de diferentes músicas y sonidos. Son procesos espontáneos, no se eligen. Por ejemplo, una canción puede traernos recuerdos agradables. O por el contrario, si hemos soportado el ruido de obras durante cuatro meses seguidos al lado de casa es muy posible que la próxima vez que escuchemos algo parecido a una excavadora, nuestros ojos se salgan de las órbitas.
Este proceso natural que acabamos de describir, se produce de manera forzada en la película, que, aunque de manera ficticia, nos presenta una vez más el gran poder evocador de la música. Así que, aunque es improbable que el experimento con Derek fuese posible, al menos por ahora, mucha precaución con el ambiente sonoro del que nos rodeamos.
Y para terminar, os planteo una pregunta:
Creéis que la música puede ser un elemento subliminal en nuestro día a día?
Os dejo el tema de la película para empezar la semana con mucho relax!
Nos vemos en la próxima!