Estas semanas atrás, al finalizar una sesión en familia con un bebé muy pequeñito me salió de dentro expresar que, uno de los regalos más bellos que me había hecho trabajar con edades tan tempranas era que los bebés te invitan constantemente a estar en el aquí y el ahora.
Cuando te entregas totalmente a una experiencia comunicativa como la que te ofrece la musicoterapia, en mi caso, empleando las técnicas de improvisación, tomas conciencia absoluta del presente. Porque en realidad nada más importa que lo que está sucediendo en ese momento a tiempo real.
Lo que ocurre en cada instante de cada sesión no está prediseñado. No puede anticiparse ni preverse.
Los musicoterapeutas disponemos de técnicas para favorecer los procesos creativo/musicales pero no los imponemos. No imponemos ni formulamos recetas sobre cómo cada cual debe exponerse musicalmente.
Cuando este proceso se aplica a bebés muy pequeños, la improvisación y la espontaneidad están más servidas que nunca. Tienes que introducirte plenamente en cada gesto, cada movimiento, cada sonido, cada mirada y cada silencio. Recoger cada respuesta, reformular cada propuesta, readaptar lo que llevabas pensado del día anterior, cargarte todo lo que pensabas que sucedería y reconstruir rápidamente el entorno de confort para que los canales de comunicación puedan abrirse libremente. Dar espacio a esa comunicación desde el respeto, sin exigir. Sin imponer. Nunca. Ni al bebé ni al adulto o adultos que acompañan.
Es muy bello observar ese momento en el que mamá, papá y bebé sintonizan con el mismo momento presente.
El niño nos sintoniza a todos en la misma onda. Nos enseña a priorizar. A olvidar lo que llegará luego, lo que había antes. Él no piensa en que después dormirá o comerá. Está viviendo el momento y disfrutándolo como si fuese único.
Esa es una de las cosas más importantes que he aprendido en esta profesión, y procuro que esta máxima sea extensible al resto de los contextos de mi vida. Trato de enfocar así las experiencias en la sala de mi centro, pero también me lo llevo cuando pongo un pie sobre el escenario.
Hacer música en directo contribuye a estar en el presente. Y en su forma más rudimentaria, de manera instintiva nos ha servido para comunicarnos, para consolidar nuestras raíces como comunidad, reforzar vínculos, acompañar nuestras acciones cotidianas del día a día.
Los bebés entienden los entresijos de la música. De forma instintiva. Desde la misma intuición que hace que para los adultos sea casi una necesidad responder:
– «PI, PI, PI»
después de que otro cante:
– «Vamos de paseo»
;)
La música es algo estructurado. Se rige por unas normas concretas para su desarrollo pero es flexible.
Crece y se nutre de la espontaneidad y la subjetividad de cada persona que la ejecuta. Sus efectos cambian dependiendo de quien la escuche, y no es necesario tener conocimientos académicos para entenderla, experimentarla y vivirla. Bajo las mismas estructuras concretas subyacen un sinfín de sentidos emocionalmente diferentes. Una misma pieza puede producir efectos totalmente contrarios en personas diferentes, hacer reir o llorar, provocar un cóctel emocional indescriptible.
Aquel bebé pequeñito estaba lleno de vida, inmerso en un afán por descubrir. Nos sintonizó a todos en ese afán.
En ese deseo de vivir el presente.
Fue un regalo.
Antes de despedirme vuelvo a recomendaros dos post relacionados con todo esto: